27 de abril, 2025
Jesús, acuérdate de mi
Lucas 23:39-43
Queridos hermanos, permítanme iniciar esta enseñanza con una ilustración que muchos conocemos. Imagina que usas tu celular y te aparece una alerta: "Batería baja, conecte el cargador." Pero piensas: "Aún me queda algo de tiempo." Lo sigues usando... hasta que se apaga. Ya es tarde. El momento de actuar pasó.
Así es la vida. Dios, con amor y paciencia, nos da advertencias. Nos llama al arrepentimiento, nos muestra Su misericordia día tras día, pero muchos siguen postergando ese encuentro con Él. Piensan que habrá otro momento, más adelante. Sin embargo, no tenemos garantía del mañana. La Biblia lo dice claramente: "No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de sí el día." (Proverbios 27:1). Así como el celular puede apagarse sin previo aviso, también el alma puede partir sin haberse puesto a cuentas con Dios. No esperemos a que la eternidad nos sorprenda desconectados del Salvador.
Hoy reflexionaremos en la historia de un hombre que estuvo a punto de perder su última oportunidad, pero en su hora más oscura tomó la decisión más importante de su vida. Me refiero a uno de los malhechores crucificados junto a nuestro Señor Jesucristo. No vivió una vida ejemplar, no tenía buenas obras que ofrecer ni tiempo para enmendar su camino. Sin embargo, en un solo instante, su corazón fue transformado. Con sus últimas palabras, se aferró a la única esperanza verdadera: Jesús.
¿Qué ocurrió en ese breve pero eterno diálogo entre el Salvador del mundo y un criminal condenado? Los invito a abrir sus Biblias en Lucas 23:39-43 y a meditar juntos en este pasaje:
"Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso." (Lucas 23:39-43)
Este no es solo un relato conmovedor, es una ventana directa al corazón del evangelio: la misericordia de Dios es tan profunda que puede alcanzar incluso al más indigno, incluso en el último suspiro de vida. Pero también es una advertencia: no todos responden a esa misericordia. Algunos, trágicamente, la rechazan.
La muerte de Cristo en la cruz no fue una tragedia sin propósito. Fue el cumplimiento perfecto del plan eterno de redención que Dios diseñó desde antes de la fundación del mundo. Desde el Edén, cuando el hombre cayó, Dios prometió enviar un Redentor (Génesis 3:15). Y en el tiempo señalado, ese Salvador fue revelado: Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Él no murió como víctima, sino como sustituto, cargando voluntariamente con nuestros pecados. Así lo profetizó Isaías: "Mas él herido fue por nuestras rebeliones... y por su llaga fuimos nosotros curados." (Isaías 53:5-6)
Antes de seguir, es importante entender mejor quiénes eran los hombres crucificados junto a Jesús. Aunque a menudo los llamamos 'ladrones', los evangelios usan palabras más precisas. Mateo utiliza el término griego lēstēs, que describe no solo a alguien que roba, sino a un asaltante violento, capaz de usar la fuerza o incluso derramar sangre (Mateo 27:38). Lucas, en cambio, usa la palabra kakourgos, que significa delincuente o malhechor (Lucas 23:32). Esto nos muestra que no eran simples ladrones, sino criminales peligrosos, culpables de delitos graves y una verdadera amenaza para la sociedad. En tiempos del imperio romano, la crucifixión no se aplicaba a delitos menores; era reservada para quienes ponían en riesgo el poder de Roma. Así que, si estos hombres fueron crucificados, era porque eran vistos como un peligro que debía ser castigado de manera ejemplar.
En el pasaje que meditamos, se nos pinta un cuadro sombrío: el pueblo miraba el terrible espectáculo de la crucifixión de Cristo, mientras los líderes religiosos se burlaban cruelmente, diciendo: "A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios" (Lucas 23:35). Los soldados también se burlaban, ofreciéndole vinagre y exclamando: "Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo" (Lucas 23:36-37). Incluso la inscripción sobre su cabeza, "Este es el Rey de los judíos", fue puesta con ironía (Lucas 23:38). Más impactante aún fue que uno de los malhechores se uniera a este coro de burladores. Sus palabras eran más que burla: eran una tentación disfrazada "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lucas 23:39), intentando desviar a Jesús de su misión redentora. Esta no era una tentación nueva. Desde el principio de su ministerio, Satanás ya había intentado ofrecerle caminos sin cruz (Lucas 4:1-13).
Sin embargo, en medio de esa oscuridad, surgió una luz inesperada: la voz arrepentida del otro malhechor. Tocado por la gracia de Dios, reconoció su pecado y la inocencia de Cristo. Con una fe sencilla pero profunda, clamó: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lucas 23:42). Y allí, en el dolor y la humillación de la cruz, Jesús lo recibió antes de entregar Su espíritu, mostrándonos que Su gracia es más poderosa que la misma muerte.
Por tanto, el pasaje que hoy revisaremos, nos enseña que, aunque el tiempo se agote, la gracia de Dios aún puede manifestarse con poder. No obstante, no debemos dar por hecho que siempre tendremos otra oportunidad.
En este encuentro de Cristo con estos dos malhechores, meditaremos en tres verdades que ilustran con claridad el mensaje del Evangelio, este mensaje que hemos recibido por gracia y que estamos llamados a proclamar al mundo:
- El arrepentimiento verdadero, nace de un corazón quebrantado.
- La gracia incomparable de Cristo, alcanza incluso al más indigno.
- El perdón eterno, asegura vida para siempre junto al Salvador.
Comencemos con la primera verdad del evangelio:
I. EL ARREPENTIMIENTO VERDADERO, NACE DE UN CORAZÓN QUEBRANTADO (LUCAS 23:40-41)
"Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo." (Lucas 23:40-41)
Este pasaje nos muestra una escena impactante: dos hombres culpables, dos pecadores condenados, ambos crucificados junto a Jesús. Están en la misma situación: sufren el mismo castigo, están a punto de morir, y tienen al mismo Salvador a su lado. Pero sus corazones responden de manera muy diferente.
Uno permanece endurecido. A pesar del dolor y del juicio inminente, sigue burlándose, sin temor de Dios ni reconocimiento de su pecado. El otro, en cambio, se quebranta. Reconoce que merece el castigo por sus acciones, confiesa su culpa y ve en Jesús al inocente, al único que puede mostrarle misericordia.
Esta escena revela una verdad profunda del evangelio: no basta estar cerca de Cristo físicamente, ni haber oído de Él. Lo que salva es la fe nacida de un corazón arrepentido. Ambos ladrones estuvieron a centímetros del Salvador, pero solo uno fue salvo.
Es fundamental comprender que, a los pies de la cruz, el alma humana queda al descubierto. No hay máscaras, no hay excusas. La forma en que respondemos a Jesús crucificado determina nuestro destino eterno.
1. Reconocimiento sin excusas: Confesión del pecado
El ladrón arrepentido hace una confesión honesta desde la cruz: "Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos" (Lucas 23:41).
No culpa a nadie. No se excusa ni se hace la víctima. Reconoce que está recibiendo lo que merece por sus pecados. Esta actitud es completamente contraria a lo que solemos ver en el corazón humano desde el principio. Recordemos cómo, en el Edén, Adán culpó a Eva y Eva a la serpiente (Génesis 3:12-13).
Pero el verdadero arrepentimiento comienza aquí: con una confesión sincera y personal del pecado. Según declara Proverbios 28:13: "El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia."
Y hay algo más profundo aún en sus palabras. El ladrón no solo reconoce su culpa, sino que también declara la inocencia de Cristo: "Mas este ningún mal hizo." (Lucas 23:41). Esta afirmación es teológicamente poderosa. Él entendió que Jesús no estaba muriendo por sus propios pecados, sino como el inocente que tomaba el lugar de los culpables. Como dice Hebreos 4:15, Cristo fue "tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado."
Lo que vemos en este momento no es simplemente un cambio de conducta o un proceso lento de transformación. Es un milagro de Dios: el nuevo nacimiento. El corazón de este hombre fue transformado por el poder del Espíritu. En un instante, pasó de la ceguera espiritual al reconocimiento de su culpa y de la gracia de Cristo. Según Juan 3:3-8, nadie puede ver el reino de Dios si no ha nacido de nuevo. Este arrepentimiento es el fruto visible de ese nuevo nacimiento.
Y finalmente, su confesión incluye una afirmación clave: "justamente padecemos". El ladrón no discute con el juicio de Dios. No lo cuestiona. Reconoce que su castigo es justo, porque entiende la santidad de Dios. Así se cumple lo que dice el Salmo 51:4: "Contra ti, contra ti solo he pecado... para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio."
Reconocer la justicia de Dios es parte esencial del arrepentimiento verdadero. El pecador que ha sido tocado por la gracia no se defiende ante Dios, sino que se rinde ante su juicio y clama por misericordia. Y esa misericordia la encontró el ladrón... ¿dónde? En la Cruz, pero lo más importante, ¿en quién? En Cristo.
2. Temor de Dios: Reverencia ante Su justicia
El ladrón arrepentido, colgado junto a Jesús, le hace una pregunta al otro ladrón que muestra una profunda sabiduría espiritual: "¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?" (Lucas 23:40).
Esta pregunta revela algo muy importante: el verdadero arrepentimiento comienza con el temor de Dios. No se trata solo de tener miedo al castigo o al infierno, sino de tener una reverencia sincera y profunda hacia la santidad, la justicia y la majestad de Dios. Como dice Proverbios 9:10: "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría." Muchos hoy viven como si Dios no existiera. No temen su juicio, no piensan en la eternidad. Pero el arrepentimiento genuino nace cuando el corazón reconoce que está expuesto delante del Dios vivo y santo. Por eso Hebreos 10:31 advierte: "Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo."
Por tanto, el ladrón temió más estar ante Dios sin perdón, que morir en una cruz. Y ese temor reverente lo llevó a lo más sabio que pudo hacer: volverse a Cristo en humildad y fe. Allí comenzó su salvación.
3. Dos hombres, dos destinos: El contraste eterno
Uno de los contrastes más notables en la Biblia se encuentra entre los dos criminales crucificados junto a Jesús. Ambos estaban muy cerca del Salvador, ambos escucharon sus palabras y ambos estaban a pocas horas de la muerte. Sin embargo, sus destinos eternos fueron completamente distintos.
El primer ladrón:
- Se unió a las burlas de la multitud, diciendo: "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lucas 23:39).
- No mostró un temor reverente hacia Dios.
- Solo pedía ser liberado físicamente, sin buscar una liberación espiritual.
- Representa a aquellos que buscan a un Cristo que cumpla sus propios deseos, sin reconocerlo como el Rey soberano.
El segundo ladrón:
- Reprendió al primer ladrón con temor y respeto (Lucas 23:40).
- Reconoció su propio pecado y aceptó la justicia de su castigo (Lucas 23:41).
- Confesó la inocencia de Jesús y lo reconoció como el único que podía salvar.
- Concluyó con fe, clamando: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lucas 23:42).
Este contraste, resume la división final de toda la humanidad: por un lado, aquellos que endurecen su corazón y rechazan a Cristo, y por otro, aquellos que se humillan y se rinden a Su gracia.
El ladrón no fue salvo porque fuera "mejor" que el otro, sino porque Dios actuó en su corazón, otorgándole un arrepentimiento verdadero y genuino. Esa misma gracia nos llama hoy a buscar a Cristo de corazón, reconociendo que solo en Él encontramos la salvación eterna.
REFLEXION PERSONAL: ¿Estoy dispuesto a reconocer mi pecado sin excusas ni justificaciones, rindiéndome sinceramente ante la justicia de Dios como lo hizo el ladrón arrepentido?Continuemos con la segunda verdad sobre el evangelio.
II. LA GRACIA INCOMPARABLE DE CRISTO, ALCANZA INCLUSO AL MÁS INDIGNO (LUCAS 23:42)
Lucas 23:42: "Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino."
Después de reconocer que era pecador y mostrar respeto verdadero hacia Dios, el ladrón que estaba crucificado junto a Jesús hizo una petición sencilla, pero muy profunda. No pidió que lo bajaran de la cruz, ni que se acabara su dolor, ni que su situación mejorara. Solo dijo: "Acuérdate de mí. "
Estas pocas palabras muestran que en su corazón ya había nacido una fe real. Él entendió que Jesús no era solo un hombre bueno e inocente, sino un Rey con un reino eterno. Su esperanza no estaba en esta vida, sino en lo que vendría después. Este momento nos muestra el poder de la gracia de Dios. Jesús no le respondió por algo que el ladrón hubiera hecho, porque no tenía méritos. Le respondió por su fe. Fue una fe sencilla, pero verdadera. Y así, este hombre, aunque indigno, recibió la promesa de salvación por la pura misericordia de Cristo.
Esto nos lleva a meditar que: la mayor esperanza que cualquier alma moribunda puede tener es que el Rey de reyes se acuerde de ti, no como juez implacable, sino como tu Salvador misericordioso.
1. Fe en Jesús como Rey Eterno
Aunque Jesús estaba colgado en la cruz, golpeado y sin ningún tipo de grandeza exterior, uno de los ladrones crucificados junto a Él lo reconoció como Rey. Esto es sorprendente, porque mientras los líderes religiosos, los soldados y la multitud se burlaban diciendo: "Si tú eres Rey, sálvate", este hombre vio más allá del sufrimiento y la sangre. Él comprendió quién era Jesús en realidad: el Mesías prometido, el Rey eterno que Dios había anunciado desde tiempos antiguos (Isaías 9:6-7; Daniel 7:13-14).
Cuando dijo: "cuando vengas en tu reino", mostró que tenía una esperanza en el futuro. Creía que la muerte no sería el final para Jesús. Aunque aparentemente, se lo veía morir como un criminal, este criminal, estaba seguro de que Jesús vencería y reinaría. Esa es la esencia de la fe cristiana: creer en Jesús, creer en su poder y en sus promesas, aun cuando las circunstancias digan lo contrario.
Además, mientras todos a su alrededor sacerdotes, soldados, el otro ladrón, e incluso los discípulos no podían ver en ese momento a Jesús como Rey, este hombre sí lo hizo. Fue una confesión de fe contra todo lo que se veía. Eso nos enseña que la fe verdadera no nace de lo que entendemos con la mente, sino de lo que el Espíritu Santo revela en el corazón. Solo Él nos permite ver a Jesús como nuestro verdadero Señor, Rey y Salvador.
2. Clamor de un corazón humillado
En las palabras del ladrón no hay exigencias, ni reclamos, ni intentos de manipular a Jesús. Solo hay una súplica humilde: "Acuérdate de mí..." Estas palabras muestran un corazón quebrantado, como el que describe el Salmo 51:17: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios."
Él no trata de justificarse, ni ofrece nada a cambio. Solo se entrega a la misericordia de Cristo. No pide un lugar especial, ni una recompensa, ni alivio del sufrimiento. Lo único que desea es no ser olvidado por Aquel que tiene poder para salvar su alma. Esta es la fe que realmente salva: la que se rinde a Jesús con humildad y total confianza.
Ese clamor hacia Jesús es una señal externa de una obra interna de la gracia. Fue el Espíritu Santo quien abrió los ojos de este hombre para ver a Cristo como el verdadero Rey, aun cuando todos los demás lo veían como un derrotado o un fracasado. Esa fe no nace de nosotros mismos; es un regalo que viene de Dios. Y su petición, "acuérdate de mí", es profundamente personal. Aunque breve, encierra una verdad poderosa: solo Jesús tiene autoridad para decidir el destino eterno de nuestras almas. En ese momento, el ladrón reconoce que Cristo es suficiente como Salvador, que no necesita ayuda de nadie para salvar. Su obra es completa y perfecta. Como enseña Hebreos 7:25: "por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios." Solo Cristo puede salvar por completo, y lo hace sin necesidad de colaboraciones humanas. Él es suficiente.
3. Gracia inmerecida: Salvación sin obras
Este ladrón no podía hacer nada para "ganarse" el cielo. No tenía forma de bautizarse, ni de asistir a una sinagoga, ni de dar ofrendas, ni de pedir perdón a quienes había dañado, ni mucho menos de hacer buenas obras. Estaba clavado en una cruz, sin tiempo, sin fuerzas, sin oportunidades. No podía demostrar una vida cambiada ni empezar una nueva etapa. Estaba completamente limitado.
Y, sin embargo, recibió una promesa maravillosa de parte del mismo Jesús: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43).
Un dato importante y alentador es que el término 'paraíso' no fue usado por Cristo en sus enseñanzas a los discípulos ni a otros; Él reservó esta palabra para este momento especial. La promesa que el Señor hizo a este hombre acerca de la salvación deja en claro que nadie puede ser salvo por sus propias obras. El evangelio es completamente por gracia. Como enseña Efesios 2:8-9: 'Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.' La salvación no se gana, se recibe como un regalo de Dios, quien, en su soberanía, lo da a todo aquel que cree. El ladrón en la cruz creyó, y eso fue suficiente. No porque la fe sea una obra que Dios premia, sino porque la fe es el medio por el cual Dios aplica al pecador la justicia de Cristo.
Por tanto, debemos recordar una gran verdad: la salvación no depende de lo que el hombre puede hacer, porque el hombre, en su naturaleza caída, no puede hacer nada para agradar a Dios. La salvación viene únicamente por la gracia de Dios, por medio de la fe, y todo es obra suya, de principio a fin.
4. Gracia inmediata y segura
La respuesta de Jesús al ladrón fue clara, directa y llena de certeza: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43). No puso condiciones. No le pidió hacer algo primero. Tampoco le dio una respuesta vaga o dudosa. Fue una promesa firme y personal. Esta respuesta de Jesús nos enseña dos verdades muy importantes sobre la salvación:
a) Salvación inmediata
Jesús le aseguró que ese mismo día estaría con Él en el paraíso. No hubo proceso, ni espera, ni purgatorio. La salvación fue instantánea. Esto está en total acuerdo con lo que dice Juan 5:24: "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida." En el momento en que alguien cree verdaderamente en Cristo, pasa de la muerte espiritual a la vida eterna.
b) Salvación segura
Jesús no dijo "es posible" o "depende". Dijo: "De cierto te digo..." Su palabra fue definitiva. El evangelio no es una esperanza incierta, sino una promesa segura para todos los que creen en Él. Como lo afirma Romanos 8:1: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús."
El ladrón no solo fue salvo; fue hecho completamente seguro de su salvación por la palabra del mismo Salvador. Esa es la esperanza firme que tenemos en Cristo: que Él cumple lo que promete, y que su salvación es tan inmediata como eterna.
5. Gracia que restaura comunión con Dios
Jesús no le dijo al ladrón simplemente: "estarás en el cielo", sino: "estarás conmigo en el paraíso". Esta diferencia es muy importante. La mayor bendición de la salvación no es evitar el infierno, sino estar para siempre con Cristo. El cielo es hermoso, no por sus calles de oro, sino porque Cristo está allí. La salvación no se trata solo de un lugar mejor, sino de una relación restaurada. El pecado rompió nuestra comunión con Dios, pero por medio de Cristo esa comunión es recuperada. Como dice 2 Corintios 5:18: "Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo..."
Así que, la verdadera recompensa del evangelio no es un lugar, sino una Persona: Jesús. El corazón transformado por el Espíritu anhela estar con Él. Esa es la verdadera vida eterna: estar con nuestro Redentor, adorándolo, amándolo y disfrutando de su presencia para siempre.
Además, este pasaje nos recuerda que nadie está fuera del alcance de la gracia. No importa cuán lejos hayas caído o cuán indigno te sientas. Si vienes a Cristo con una fe sincera, como lo hizo este ladrón, recibirás la misma promesa: vida eterna junto a Él. No porque lo merezcas, sino por lo que Cristo hizo. No por tu justicia, sino por la suya. No por tu fuerza, sino por su inmensa gracia.
REFLEXION PERSONAL: ¿He reconocido que, como el ladrón en la cruz, no tengo méritos propios para ofrecer a Dios, y que mi única esperanza está en lo que Cristo hizo por mí? ¿O sigo haciendo cosas para conseguir el favor de Dios o la salvación?III. EL PERDÓN ETERNO, ASEGURA VIDA PARA SIEMPRE JUNTO AL SALVADOR (LUCAS 23:43)
Lucas 23:43 dice: "Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso."
Estas palabras de Jesús no fueron solo para consolar al ladrón arrepentido; fueron una poderosa declaración del corazón del evangelio. En esta promesa, Cristo revela que el perdón de Dios es total, personal, eterno e inmediato para todo aquel que cree de verdad.
A través de esta respuesta, aprendemos varias verdades fundamentales sobre el carácter del perdón que Dios ofrece:
1. El perdón de Cristo es personal y directo
Cuando el ladrón dijo: "Acuérdate de mí..." (Lucas 23:42), no fue a una institución, no pidió ayuda de algún rito religioso, ni confió en un hombre. Su fe lo llevó directamente a Jesús. Eso es lo que representa la fe salvadora: un clamor personal al único que puede interceder entre Dios y los hombres, Jesucristo (1 Timoteo 2:5). Y la respuesta de Cristo fue inmediata. No necesitó revisar el pasado de aquel hombre ni pedirle explicaciones. Jesús conoce el corazón, como dice Apocalipsis 2:23: "...yo soy el que escudriña la mente y el corazón...". Él vio la fe genuina que surgió de un alma arrepentida.
Romanos 10:13 lo afirma con total claridad: "Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo."
Esto nos enseña que el perdón de Dios no es un proceso burocrático, ni algo frío y distante. No se trata de cumplir ciertos pasos o fórmulas religiosas. Se trata de venir con fe y humildad al único que puede perdonar: Jesús. El ladrón fue perdonado porque acudió a la persona correcta, con el corazón correcto. Y eso es lo que sigue salvando personas hasta el día de hoy.
2. El perdón de Cristo es completo e irreversible
"Hoy estarás conmigo en el paraíso." (Lucas 23:43)
Jesús no le dio al ladrón un perdón a medias ni una promesa con condiciones. No le dijo: "Te perdono por ahora, pero luego veremos cómo va tu caso." No. Le dio una seguridad total: ese mismo día estaría con Él en el paraíso. Fue una promesa firme, directa y completa.
El perdón que Dios ofrece no depende de lo que hagamos después, ni necesita ser completado con buenas obras. No es algo que se gana con el tiempo. Es una justificación total, que se recibe en el momento en que se cree. Como enseña Romanos 5:1: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo."
Esto nos muestra que no existe pecado tan grande que Cristo no pueda perdonar. El ladrón había vivido una vida marcada por el crimen y la condena. Su historia estaba manchada y su destino parecía irreversible. Pero cuando creyó, todo cambió. El poder del perdón de Dios fue suficiente para borrar completamente su pasado.
Isaías 43:25 lo dice con claridad: "Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados."
Cuando Dios perdona, lo hace para siempre. No guarda el expediente, no recuerda las ofensas. Su perdón es total, eterno y gratuito, porque se basa no en lo que nosotros hacemos, sino en lo que Cristo ya hizo.
3. El perdón de Cristo se recibe por una fe sencilla, no por una teología sofisticada
"Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino." (Lucas 23:42)
Este hombre no era un experto en la Ley de Moisés, ni tenía una teología detallada. No usó palabras complicadas ni oraciones largas. Su fe fue sencilla, pero auténtica. Sabía lo esencial: que Jesús era Rey, que su reino iba más allá de la muerte, y que Él tenía poder para salvar.
Esa clase de fe es la que Dios valora. Porque lo que salva no es cuánto sabemos, sino en quién confiamos. Jesús lo explicó así en Marcos 10:15: "De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él."
No se trata de tener todas las respuestas, sino de poner toda nuestra confianza en Jesús. Esta fe humilde, como la de un niño, es la puerta de entrada al reino de Dios. No es nuestra inteligencia lo que nos acerca a Dios, sino nuestra fe sincera en el Salvador que todo lo puede.
4. El perdón de Cristo es esperanza segura para todos
Esta escena del ladrón en la cruz ha sido una luz de esperanza para millones de personas a lo largo de la historia. Nos recuerda verdades profundas y consoladoras:
- Nadie está tan perdido que no pueda ser alcanzado por la misericordia de Dios.
- Mientras hay vida, todavía hay oportunidad para volver a Cristo.
- Aun mirando la cruz, Jesús sigue dando vida a los muertos espirituales.
No existe pecado más grande que la gracia de Dios, ni alma tan manchada que no pueda ser limpiada por el sacrificio de Cristo. Su sangre es suficiente para salvar completamente a cualquier pecador que se acerque a Él con fe.
Pero esta historia también trae una advertencia amorosa: no esperes hasta el último momento. Es verdad que este ladrón recibió gracia en su hora final, pero no todos tendrán esa oportunidad. Por eso, la Palabra nos advierte en Hebreos 3:15: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones."
Cristo no solo perdonó al ladrón. Le dio algo aún más precioso: su compañía eterna. Le dijo: "Estarás conmigo." Esa misma promesa sigue vigente hoy. Todos los que vienen a Jesús con fe y arrepentimiento reciben su perdón y su presencia para siempre. Porque como enseña Romanos 5:20: "donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia."
REFLEXION PERSONAL: ¿Estoy viviendo con la certeza de que el perdón de Dios es completo e irreversible, o sigo cargando con culpas que Cristo ya ha borrado? ¿Estoy viviendo cada día con gratitud y asombro por el perdón eterno que he recibido en Cristo, o me he acostumbrado a su gracia?Conclusión
Queridos hermanos, al considerar este pasaje, somos testigos del poder del arrepentimiento, la grandeza de la gracia de Cristo y la certeza del perdón eterno. Este encuentro entre un pecador moribundo y el Salvador crucificado nos mostró varias verdades: primero, vimos el arrepentimiento verdadero: el ladrón no se excusó ni culpó a otros, sino que reconoció su pecado y temió a Dios. Segundo, contemplamos la gracia incomparable de Cristo, libre de condiciones humanas, que actúa con amor y autoridad: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43) frente a la petición de ACUERDATE DE MI. Tercero, celebramos un perdón eterno: completo, inmediato y seguro, que borra el pasado y garantiza el cielo. Este pasaje nos recuerda que la salvación es por gracia, mediante la fe, para todo aquel que cree (Efesios 2:8). ¡Gloria a Cristo, que salva aún en la última hora!
Querido amigo que no conoces de Cristo, no estás aquí por azar. La misma gracia que alcanzó al ladrón en la cruz está disponible hoy para ti. No importa tu pasado, la magnitud de tu pecado ni cuánto lo hayas postergado. Jesús está tan cerca como una oración sincera en la cual estés arrepentido de tu pecado y deposites tu fe en Cristo Jesús como tu Señor y Salvador. El ladrón sólo dijo: "Acuérdate de mí" (Lucas 23:42), y fue suficiente. No confies en un futuro incierto; hoy es el día de salvación. Así que ahora mismo, puedes tener perdón, paz con Dios y la esperanza de vida eterna.
Querido hermano o hermana en la fe, esta historia también es para ti. A veces, olvidamos que fuimos salvados por gracia, no por obras (Efesios 2:8-9). Si te has sentido indigno, recuerda que Cristo no te salvó por tu fuerza o por algo que tú pudieras ofrecer como obras, sino por Su fidelidad. Vuelve tus ojos a Él. Este pasaje nos llama a gratitud y urgencia. Gratitud, porque fuimos perdonados como aquel ladrón. Urgencia, porque muchos a nuestro alrededor están a un suspiro de la eternidad. ¿Les hablaremos de Cristo? ¿Seremos testigos de esa gracia que transforma hasta el último aliento? Que esta historia avive en nosotros el gozo de la salvación y el deseo ardiente de compartirla. Recordemos siempre que "el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido" (Lucas 19:10).